Experimento

De un tiempo a esta parte, he notado con una cierta intensidad que el comportamiento de las personas en nuestra sociedad está cambiando muchísimo. Puede que tenga que ver con los distintos estados de ánimo en los que me encuentro en los diferentes momentos de la vida, pero también puede tener que ver con cambios reales en dichos comportamientos.

Uno de los cambios que más percibo es el comportamiento cuando se trata de compartir espacios comunes. Partamos de la base de que son eso, espacios comunes, y por lo tanto, nuestro comportamiento debería estar encaminado a darles el uso que más nos favorezca a cada uno sin perder de vista lo que son; espacios comunes. Ergo, todos aquellos que los utilizamos debemos tratarlos de tal manera que éstos sigan siendo útiles y utilizables para los demás.

Pues bien; yo percibo que, en general -y siempre hay excepciones a lo general-, se utilizan fatal los espacios comunes. Muchas personas invaden dichos espacios, más que utilizarlos. Se hace un mal uso de las entradas y salidas, bloqueándolas cuando hay otros espacios donde poder pararse a charlar con tu acompañante, o para ponerles la chaqueta a tus hijos, o para leer un mensaje de Whatsapp que, seguramente, poco o nada le importe a quien esté esperando a entrar o salir del espacio.

No deseo que los hijos de nadie se agarren un constipado, válgame Dios. Pero, hombre, ¿es necesario bloquear la puerta durante 2 minutos -sí, a veces se tarda 2 minutos en ponerle el abrigo a un niño, doy fe- cuando existen otros espacios donde poder hacerlo sin invadir un espacio que es para uso de todos?

Se trata únicamente de poner un poco de sentido común a las cosas, aunque ya sabemos qué pasa con el sentido común muchas veces…

Al igual que el no bloquear una entrada o salida redunda en el beneficio de todos para la utilización de un espacio, también hay consideraciones de seguridad que deberíamos tener en cuenta. Si hay que evacuar el lugar, la salida estará bloqueada. Si está lloviendo a cántaros en la calle, los que están esperando a entrar se mojarán gracias a la escasa consideración hacia los demás por parte de quien esté bloqueando la entrada.

Por no hablar de la formación de aglomeraciones, empujones, discusiones, etc, que se pueden formar si no se aplica un sencillo truco, muy fácil de aplicar y, creo, en mi opinión, sin ningún tipo de consideración ni machista, ni feminista, ni antisemita, ni antireligioso, ni independentista, ni facha, ni nada de eso que tan de moda está en los últimos tiempos y que tan a la ligera se utiliza como bandera o arma arrojadiza de muchos.

Dejar salir antes de entrar.

De verdad. ¿Tan difícil es? Pues debe serlo… porque cada vez que voy a entrar o salir de un espacio (el que sea), menos personas lo aplican. Recuerdo como si fuera ayer, la primera vez que vi una placa encima de la puerta del aula de Química Analítica de la Facultad de Química de la USC, donde estudié -o más bien intenté estudiar-, que lo decía.

Me ha invadido la nostalgia, y he buscado un hueco de tiempo donde no lo tengo, para ir a mi antigua Facultad a sacarle una foto a la placa. Podéis verla en la imagen de cabecera de esta reflexión. Os aseguro que la foto es real, y que no está retocada con Photoshop ni nada similar.

Me llamó la atención que tuviese que hacerse explícito, pero con el paso de los años he llegado a la conclusión de que, o se dice alto y claro, o no se aplica ni a tiros. Y aún así… habiendo la plaquita de marras, muchos no le hacían ni caso.

La semana pasada decidí hacer un experimento: en el centro de natación a donde llevamos a nuestra hija cada semana, llevé a cabo una cuenta de las personas que, en las 2 horas que estamos allí, aplicaron la pauta mencionada.

Muestra: 225 personas entraron por la puerta -no necesariamente todas diferentes, hubo casos de la misma persona que entró varias veces previa salida-.

Resultado: 2 personas permitieron la salida de otros antes de entrar al edificio.

¿En serio? ¿Solamente un 0,88% de las personas permite salir antes de entrar? Demostración empírica. Mi sensación no era sólo una sensación. Es un hecho.

Y digo yo… ¿Tan poco sentido tiene la pauta? ¿Es tan difícil? ¿O es que simplemente nos importan un huevo los demás, o el funcionamiento fluido y agradable de las cosas?

Por desgracia, me temo que en este asunto -así como en otros muchos- se aplica perfectamente la navaja de Occam: en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla tiende a ser la más probable. Os dejo que elijáis la más sencilla, dados los tiempos que corren.

Obviamente, podremos discrepar.

Hasta la próxima!!!

Compartir en: