De un tiempo a esta parte, en gran parte debido las circunstancias vitales que me rodean, he dedicado tiempo al estudio y al debate con otras personas, cercanas y no tan cercanas, sobre el fracaso, sus consecuencias y las diversas maneras de afrontarlo.
Una de las preguntas principales que me hago con respecto al fracaso es ¿qué es el fracaso? Parece inicialmente una pregunta con respuesta sencilla, ¿verdad? Pues, en mi opinión, no lo es tanto. Es un concepto muy relativo, muy personal en su aplicación a cada persona y muy difícil de definir de manera general para que encaje con todo el mundo. Está basado fundamentalmente en su alineación con las expectativas que se definan para la actividad concreta sobre la que se desea evaluar si se ha fracasado, o no.
Consideremos, por ejemplo, una actividad profesional determinada. Si las expectativas definidas para dicha actividad se basan únicamente en los resultados económicos de ésta y dichos resultados no son los esperados, cualquiera podría deducir que se ha fracasado en dicha actividad, ¿no es así? Pues yo no lo veo tan sencillo, Pensemos por un momento en las consecuencias del resultado de la actividad mencionada. Si nos quedamos sólo con una visión reducida al resultado económico, no habrá otra conclusión que la mencionada. Pero, si ampliamos nuestra visión y le añadimos un capítulo que se podría llamar «lecciones aprendidas», entonces, a lo mejor, la conclusión de que se ha fracasado no es tan clara. Qué pasa si identificamos correctamente estas lecciones aprendidas del resultado de la actividad, y las utilizamos para no incurrir en los mismos errores cuando emprendemos actividades futuras? Pues que tendremos, en dichas actividades futuras, más probabilidades de que los resultados se ajusten a las expectativas definidas para ellas y, a la larga, las cosas acabarán saliendo mejor y nos sentiremos mejor con nosotros mismos.
Las claves principales para no sentir el fracaso como un obstáculo que nos impida avanzar, ni como un sentimiento de culpa por las consecuencias que nuestra actividad pudiera tener para terceros es, en mi opinión, reconocer ante uno mismo y sin temor a hacerlo también ante los demás que las cosas no han salido bien, identificar las causas por las cuales el resultado no ha sido el esperado y definir planes de acción basándonos en dichas causas para mejorar en acciones futuras. De esta manera nos sentiremos mejor con nosotros mismos y ayudaremos a los demás a vivir con las consecuencias de nuestras acciones.
Estoy incluyendo en mi reflexión el sentimiento de culpa. Pudiera parecer que no tiene relación alguna con el fracaso, sin embargo opino que están íntimamente relacionados. El sentimiento de culpa derivado de las consecuencias de nuestras acciones no hará más que reforzar el sentimiento de fracaso, creando un círculo tóxico de sentimientos que provocarán una toma de decisiones probablemente equivocadas y que acabarán, en último término, generando de nuevo acciones con resultados insatisfactorios. De nuevo, la clave está en identificar las causas de los malos resultados y poner en marcha un plan de acción para mitigarlas.
El éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse.
Winston Churchill
Entonces, volviendo a la pregunta inicial, ¿podemos considerarnos fracasados si los resultados de nuestras acciones no se ajustan a las expectativas? Pues no. Siempre y cuando están acompañados de la identificación y el análisis de las causas que los han provocado, y de las acciones necesarias para incrementar las probabilidades de obtener un mejor resultado.